Hay ocasiones en que una imagen hace que de repente se abra la tapa del arcón donde guardamos casi olvidados,recuerdos de nuestra infancia.
En mi cara se podía ver reflejada la felicidad cada vez que siendo yo un niño mi padre me decía:
- "Vamos a hacer un espantapájaros para poner en el huerto".
Buscaba unos pantalones y una camisa viejos y mientras él clavaba en cruz dos varas de avellano, yo ataba las mangas de la camisa y las perneras del pantalón y las rellenaba de paja y hierba seca. Una bolsa de tela también rellena hacía de cabeza y sobre ella ponía un agujereado sombrero de paja.
Firme, derecho y bien plantado en medio del huerto al principio infundía respeto, no había pájaro ya fuera golondrina, miruello o gorrión que se atreviera a buscar semillas entre la tierra.
Pasados unos días dejaba de dar miedo y sus extendidos brazos y su sombrero se convertían en posadero de pájaros que le cantaban al oído y las hierbas que asomaban por los agujeros del roído traje eran utilizadas para hacer los nidos y en los pantalones criaban los ratones.
A merced de la lluvia el sol y el viento ya no espantaba a nadie y acababa siempre oculto entre el maíz.
Cree quien mató a la urraca que exponiéndola así colgada del árbol boca abajo, con las alas llenas de plomo los pájaros no entraran en el sembrado.
Hoy es más fácil enseñar a un niño a disparar una carabina de perdigón que crear ilusión y fantasear con ellos construyendo un espantapájaros.
Esta entrada se la dedico a Telmo y a Millan por el buen rato que he pasado con ellos haciendo el espantapájaros, aunque al final Millan se ha enfadado un poco.