"Era normal verlas, había muchas, pero no estorbaban.
Ahora solo veo blancas, marrones y doradas.
Siempre parecen las mismas de ayer que ya me conocen.
Nadie espantaba ni aplastaba a las mariposas pues no se las tomaba en cuenta.
Bellas y efímeras buscando siempre los colores".
Eso es lo que ella dice, lo que no sabe es que esas mariposas que se juntan todos los años, cuando en Lebanza aprieta el calor, alimentándose del polen de un gran surtido de flores, bebiendo el agua de fuentes donde brotan las más puras y frescas aguas, mientras alborotadas revolotean sin parar, en realidad la están esperando a ella, la más bonita, la más bella, la que más brilla, porque quieren contagiarse de su elegante y altanero vuelo, de su risa y de sus desvelos.
Todas quieren ser como ella, que ha sabido ganarse el respeto y que nunca nadie se atreverá a tocar sus pelirrojas alas, protectoras del alma más transparente donde muy al fondo guarda los más nobles y puros sentimientos.
La esperan porque saben que todos los años vuelve.