En el muro ciclópeo quedan heridas de viejas guerras.
¿Qué espada tan gigantesca pudo crear semejante tajo?
Por la hendidura profunda ascendemos penosamente, con los cuerpos inclinados en señal de respeto y mensaje de paz.
Remontamos la inestable pedrera, que amenaza con arrojarnos al fondo, como parte de un flujo viscoso en una herida abierta.
En la masa movediza está escrito que el destino las montañas solo se diferencia del nuestro por una cuestión de tiempo:
todos seremos arena cayendo pendiente abajo.
De la angostura salimos a un espacio abierto, donde soñar libertades cabalgando entre torres.
Podemos imaginar en cada torre una dama, a la espera de alguien que se merezca recibir su pañuelo.
Por suerte para nosotros, Las Damas de Los Picos no rinden pleitesía a los vencedores de un torneo, sino a los que culminan con esfuerzo un trabajo de equipo.
Como todas nos parecen idóneas para alcanzar los honores, elegimos el San Carlos, que es una torre suficientemente cercana.
Como todas nos parecen idóneas para alcanzar los honores, elegimos el San Carlos, que es una torre suficientemente cercana.
Mientras avanzamos entre riscos, encontramos que un invierno tardío no ha acabado de retirar sus alfombras.
¿No puede ser que, después de un duro confinamiento, estuviese extendida para dar solemnidad a nuestra vuelta a la vida?
¿No puede ser que, después de un duro confinamiento, estuviese extendida para dar solemnidad a nuestra vuelta a la vida?
En la vertical de la cumbre nos sentimos impelidos a aumentar nuestros méritos con una ascensión elegante.
En el lenguaje de La Peña, la elegancia se traduce en buscar algún canalizo por dónde subir a derecho y jugar a rebecos.
Y si en la cumbre hay una dama, no te coloca su pañuelo, lo retira de tus ojos para que posean toda la belleza que les es dado abarcar.
Como la alegría produce ingravidez, para descender buscamos una alfombra inclinada, donde sea la nieve quien ayude a deslizar nuestros cuerpos.
Es como nieve bendita de una extraña primavera,
que ha esperado a fundirse,
para que un veterano de montañas,
pero principiante de invernales,
un profano también llamado Jesús,
pudiera rodearse de amigos,
que no de dioses,
para celebrar su bautizo
con crampones y piolet
sin que haya más cosa sagrada
que el eco de las sonrisas,
en las montañas alborozadas.
Si hasta aquí llegué, sabed que todo ello fue gracias a unos formidables amigos de montaña, que me lo dieron todo hecho.
Yo solo he puesto el esfuerzo y algunas fotos de una memorable jornada, que bien pudo ser invernal pero que aunque cueste creerlo fue el 9 de junio de 2020, recién salidos del confinamiento.
Los Picos de Europa siempre sorprendentes.
Gracias, Ibai, gracias Quillo por la compañía y el entusiasmo.
Y gracias, Antonio por todo lo demás, el texto es maravilloso.
Pico San Carlos, (2390 m) Macizo Central de Los Picos de Europa.
Cantabria.