Todo fue mágico, de repente las estrías de la concha marina se convirtieron en rayos de sol y se posaron
en el suelo.
Los charcos de la lluvia se convirtieron en espejos donde se miraban los árboles.
El viento susurraba y nos traía las notas musícales que se escapaban de una gaita lejana.
Como la hiedra que se enrosca en los robles, así me atrapo el camino.
Era liviano el peso de la mochila aún llevando en ella a todos mis ausentes.
Sin prisa por terminar, entré en la plaza despacio, como llegan las olas para besar el arena viniendo
desde lo más profundo del mar.
Nada como un viajecito a pie. A ver si recupero la movilidad en mi pie derecho y me pongo a la faena.
ResponderEliminarUn saludo.
Que bonito, Jesús
ResponderEliminar