Intento ser como el tejón de "El viento entre los sauces", símbolo del sentido común, el coraje y la determinación, sabio ermitaño, leal con sus amigos, amante del buen tiempo y de los rayos del sol, y busco el equilibrio entre lo que yace bajo la tierra y lo que descansa sobre ella.

Intento ser como el tejón de "El viento entre los sauces",simbolo del sentido común,el coraje y la

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Intento ser como el tejón de "El viento entre los sauces",simbolo del sentido común,el coraje y la determinación, sabio ermitaño,leal con sus amigos, amante del buen tiempo y de los rayos del sol, y busco el equilibrio entre lo que yace bajo la tierra y lo que descansa sobre ella.

22/1/20

BARCO DE PAPEL


La biblioteca estaba en absoluto silencio.

No necesitaron palabras,

 se entendieron cruzando las miradas,

igual que la primera vez,

cuando se vieron en la playa.

Sus vidas eran dos libros donde escribir,

hasta que no quedaran páginas en blanco.

En silencio, cogidos de la mano

se hicieron a la mar,

navegando en un barco de papel.


Mi relato para el concurso de "microrrelatos" convocado por la Biblioteca Central de Cantabria.

Me hizo mucha ilusión participar.




15/1/20

MELANCOLÍA AZUL


No dejes que te invada la melancolía azul,
la luz que se apaga en el horizonte,
  brillará otra vez mañana.

No dejes que te atrape el lado oscuro,
 deposita tu llanto sobre mi hombro,
 camina y alcanza las montañas.

3/1/20

LA ESCUELA NACIONAL

Ya hace tiempo que cada  vez que paso y veo el estado en el que está la escuela de mi vida, se me agolpan los recuerdos, son tantos y tan intensos los momentos allí vividos...no sé por qué hoy se me vino a la memoria uno de ellos y os lo cuento.

Máximo se llamaba el maestro y puedo asegurar que era máximo en todo, y muy recto, vamos uno de aquellos maestros que se decían del régimen al que había que pedir permiso hasta para ir a hacer "una necesidad" pues  la buena educación no nos permitía decir cagar o mear.

Y era una suerte que te diera permiso pues de ello dependía que no estuvieras con retortijones y dolor de tripas todo el día o llegar a casa con aquellos pantalones cortos mojados y las piernas resecas, ásperas, agrietadas y enrojecidas. 

Máximo era también en generosidad, pues generoso era manejando a babor y a estribor sus rudas manos, cuando no la vara de avellano o la regla de madera, con  la que nos peinaba la raya al medio en la cabeza.

Su fuerte era enseñar religión, saludar a la bandera y desfilar marcando el paso por el patio.

No sé cómo ni quien nos enseñó que mezclando azufre con potasa se podían fabricar "pequeños" explosivos.

Era lo mejor de los recreos, todos llevábamos en el bolsillo una pequeña piedra plana cogida en el río, las pastillas de potasio que un una cajita azul vendían en la farmacia, con la disculpa de que eran buenas para la garganta, y el azufre lo acopiábamos en pequeñas piedrecitas que los camiones perdían cuando pasaban cargados de ello que en barcos llegaba al puerto de Santander.

Era una ceremonia hacer la mezcla, aplastar y mezclar los componentes sin pasarnos de la dosis suficiente.

Bien mezclado poníamos la piedra encima y con un maestro "zapatazo", que no era zapato si no más bien alpargata o  katiusca de goma, produciendo una sonora explosión con un  agradable olor a dinamita que nos recreaba el olfato.

El patio del recreo se convertía en una traca, don Máximo un día se puso más furioso que de costumbre con tanto estallido y salió de la vivienda voceando y hecho un "basilisco".
"No quiero oír un tiro más", vociferó... yo ya tenía el pie sobre la piedra, y no quise desperdiciar la mezcla.

En buena hora, cara salió mi rebeldía, el sopapo fue más sonoro que la explosión, el pitido en el tímpano me duró unos días y la división que me puso en el encerado más largo de los dos que colgaban en la pared, aún no sé cómo la resolví bajo su presencia, solos él y yo, y con  la amenaza de que no iría a casa a comer hasta que no la acabara.

Porque esa era la segunda parte, desde la escuela hasta casa me separaban tres largos y empinados kilómetros, tenía que terminar la división lo más rápido posible, no fueran a llegar a casa mis hermanos antes que yo y tener que explicar mi tardanza...así que acabé la división y corrí, y corrí... tanto que los talones me golpeaban el culo.

Sudoroso y agotado les di alcance  a pocos metros de llegar a la puerta de la casa.

 Comimos en silencio, nadie me delató y volvimos a la escuela, y lo que son las cosas, casi me reciben como a un héroe por haber desobedecido al maestro...mi rebeldía contra él  se manifestó en otras ocasiones, un día le llamé tonto...bueno  eso mejor lo dejo para otra ocasión porque solo de recordarlo me duelen todavía las espinillas de los palos que me dio con la vara de avellano.