Ellas, las montañas, llevan allí millones de años;
ellos, los tejos, apenas unos cientos.
Ellas vieron deshacerse los glaciares y nacer los ríos.
Ellos echaron raíces donde el suelo era más duro,
donde el viento golpeaba con más fuerza,
como queriendo probarse a si mismos
que también podían ser eternos.
desafiando al viento y al tiempo.
Cada amanecer, durante años contemplaron esas crestas,
unas veces desnudas, otras cubiertas de nieve.
Se enamoraron de ellas, y decidieron imitarlas.
Sus copas se alzaron como si quisieran rozar las nubes,
ya no eran solo árboles:
eran la memoria verde de las montañas.
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