Son descarados,atrevidos, nunca tienen frío, se bañan todos los días en la bahía santanderina, aprovechan hasta los últimos rayos del sol y son los más fotografiados.
José María de Pereda dedicó al raquero una de sus Escenas Montañesas.
El raquero de pura raza nace, precisamente, en la calle Alta o en la
de la Mar. Su vida es tan escasa de interés como la de cualquier otro
ser, hasta que sabe correr como una ardilla: entonces deja al materno
hogar por el Muelle de las Naos, y el nombre de pila por el gráfico mote
con que le confirman sus compañeros; mote que, fundado en algún hecho
culminante de su vida, tiene que adoptar a puñetazos, si a lógicos
argumentos se resisten. Lo mismo hicieron sus padres y los vecinos de
sus padres. En aquellos barrios todos son paganos, a juzgar por los
santos de sus nombres.
- II -
Cafetera, para servir a ustedes, era el de mi personaje.
Cafetera, en el diccionario callealtero, es sinónimo de borrachera,
una de las cuales tomó aquél, cuando apenas sabía andar, a caballo sobre
una pipa de aguardiente, de cuyas entrañas extrajo el líquido con una
paja.
Cafetera nació en la calle Alta, del legítimo matrimonio del tío
Magano y de la tía Carpa, pescador el uno y sardinera la otra. Ya
ustedes ven que, para raquero, no podía tener más blasonada ejecutoria.
Su infancia rodó tranquila por todos los escalones, portales y basureros de la vecindad.
No hay contusión, descalabro ni tizne que su cuerpo no conociera
prácticamente; pero jamás en él hicieron mella el sarampión, la
alfombrilla, la gripe, la escarlata ni cuantas plagas afligen a la culta
infantil humanidad. Solamente la sarna y las viruelas pudieron vencer
aquel pellejo; con la primera perdió la mitad de los cabellos; con las
segundas ganó los innúmeros relieves de su cara.
Pero así y todo, le querían en su casa; tanto, que no había cumplido
cuatro años cuando la tía Carpa le metió, de medio cuerpo abajo, en una
pernera de los calzones viejos de su padre, dádiva que, añadida a vieja
camisa que, también de desecho, le regaló su padrino el tío Rebenque,
llegó a formar un traje de lo más vistoso, y a ser la envidia de sus
pequeños camaradas, condenados a arrastrar su desnuda piel por los
suelos, mientras su industria no les proporcionase más lujosa
vestimenta.
Siete años contaría, cuando su madre, conociendo por la chispa de que
ya se hizo mención y por proezas análogas, que era apto para las
fatigas del mundo, comenzó a darle los tres mendrugos diarios de pan
envueltos en soplamocos y puntapiés. Cafetera, que no era lerdo,
comprendió al punto hasta dónde alcanzaba su privanza y lo que podía
esperar de sus dioses lares; y como, por otra parte, sus libérrimos
instintos se le habían revelado diferentes veces hablando con sus
compañeros sobre la vida raqueril, se decidió por el
arte en el cual hizo su estreno pocos meses después del último mendrugo, que le aplastó la nariz para nunca más enderezársele.
Podéis seguir leyendo
aquí, no os defraudara.