Manos a la obra, porque hay que pasar de las palabras a los hechos y con más voluntad y entusiasmo que medios, un numeroso grupo de voluntarios nos reunimos hoy en la playa de Oriñon, para tratar de cambiar el color negro en que quedaron convertidas las laderas y los montes de este bonito enclave cántabro, tras los voraces incendios que toda la región sufrió el pasado mes de diciembre.
Mientras el Gobierno Autónomo continua haciendo las valuaciones del terreno calcinado y calculando el coste de la reforestación de las zonas afectadas en noventa y dos millones de euros, que piensa reclamar al Gobierno Central,(ya los vimos), esta iniciativa quiere ser el reflejo y el espejo donde cada vez nos hemos de mirar más, poniéndonos en marcha y llevando a cabo medidas utópicas que se pueden ver cumplidas, sin esperar nada de quienes siguen arrascandose la barriga y mirándose al ombligo desde sus poltronas.
Estamos bien sin gobierno, así que...
...ladera arriba para repoblar lo que otros destruyen
Nos esperaba el suelo calcinado. Ahí crecían cantidad de encinas de pequeño tamaño que tardan tantos años en tener un buen porte y por culpa del fuego y de las manos de tantos descerebrados no llegaran nunca a dar el tupido, verde, precioso y característico aspecto a la roca caliza del singular encinar cantábrico que crece al borde del mar.
Aporté por mi cuenta numerosas semillas de roble y acebo y como me acompañé de un buen equipo, Chema fue el encargado de ir enterrando por la tierra humedecida con las lluvias del pasado jueves las bellotas.
Marta y Chuchi plantaron los laureles y los acebos.
Y yo planté encinas y me encargué de pisar bien la tierra para que no se pudran las raíces.
Centenarios robles y castaños consumidos por el fuego.
Si se quejaron mientras ardían nadie se detuvo a escucharlos, parecen pecios de barcos hundidos...
...en ese mar cercano.
Solo ansío que con el paso de los años, cuando las olas de ese mar levanten sus crestas de espuma, vean el monte como lo recuerdan desde hace tantos años.