¡¡¡Que ganas tenía de ir a verte!!!
Entrando por el pueblin asturiano de La Molina, una pintada en la pared señala el camino y un reguero de hojas secas de color otoñal indican el sendero que hay que seguir.
Tan solo unos pocos metros de pista de cemento nos introducen en una resbaladiza calzada de piedra y las hojas van a ser compañeras todo el tiempo remontando el río.
El pequeño y bello puente de Pompedro protege y esconde lo que pasa bajo su arco.
El Río Casaño no es cualquier río, los hay más largos, más importantes, más anchos pero en belleza no tiene nada que envidiar.
Sus aguas, libres, salvajes han encontrado el paso entre las rocas, forjando hermosos barrancos.
Centenarios castaños escoltan sus orillas...
... y castaños son los que guardan vestigios del pasado.
Pequeños claros en el bosque, el sendero se va estrechando...
...mientras el río sigue su curso...
...unas veces mansamente...
...y otras dando saltos.
Poco a poco va tomando altura, la senda se vuelve umbría y las hayas se elevan cada vez más altas en busca de los rayos del sol.
Hay un puente de nueva construcción que sustituye a otro de madera en mal estado. Hay que cruzarle con cuidado.
La duda me invade, seguir la ruta y emprender altura...
...o quedarme hipnotizado viendo el transcurrir de sus aguas.
Habré de volver en verano a bañarme en ellas.
Enormes y verticales paredes de piedra, envueltas por la niebla...
...no empequeñecen la belleza que hay entre el musgo a ras del suelo.
Se pone pindio el camino, mil metros de desnivel separan la cumbre del cauce del río.
El bosque mágico, sereno,profundo, hermoso...
...nos conduce a espacios más amplios, donde se rompe el silencio...
... donde la piedra habla con las nubes...
...y el río allá en lo más profundo sigue arrullando al niño que todos un día fuimos, como arrullan las olas del mar, las aguas nuevas que allá por Tina Menor, entre Asturias y Cantabria, habrá recibido de este y otros ríos.
Sin conocerte ya me tenías cautivo, y ahora que te conozco soy un náufrago de río.