Salían por la chimenea espirales de humo
que impregnaban el aire de aromas de leña.
El frío era tan intenso
que entumecía los huesos.
Tras el cristal que con su propio aliento desempañaba
estaba él.
Tenía una mirada triste,
lánguida, como de cautivo,
como de esclavo en la bodega de un barco.
Me consolaba pensar que su encierro era voluntario,
pero en sus apagados ojos leí:
¡¡¡Que vengan a por mí!!!