Su quietud era inquietante.
Posada en un brote tierno de un sauce, libaba el agua del rocío caída durante la noche.
Las últimas lluvias han alimentado el seco cauce del río y el rumor del agua corriendo de nuevo por el arroyo, amortiguó mis pisadas y pude acercarme para robar el instante sin que se diera cuenta.
Los tibios rayos de sol sobre sus alas semejaban las vidrieras góticas, de la más bella de las catedrales.
Y me fui sin inquietarla.