Cuando eras pequeño, un poco más que ahora, te gustaba dibujar casas. En aquellos trozos de tiempo que eran todos tuyos, segundo por segundo. En retales de hojas que habías estropeado en la escuela. O en las cuartillas que le habían sobrado a tu madre. O en cualquier pedazo arrugado del cuaderno en el que cupiera un sueño.
Empezabas por el tejado, naturalmente. El trazo era ya automático, buscaba un cono a dos aguas, luego lanzabas la perspectiva hacia atrás y creabas el rectángulo. De ahí, la punta negra y grasosa perfectamente afilada resbalaba hacía abajo y creaba muros que pararían el viento. Las ventanas eran fundamentales; varias, pequeñas, y una más grande. Y una redonda arriba,en el desván. La puerta en el centro de la parte frontal. Con su manilla. Ahora llegaba lo mejor. El árbol: podía ser uno enorme, redondo, o varios alargados. Pero siempre mucho más altos que la casa. A un lado. Al otro, un riachuelo que bajaba la pendiente serpenteando, paralelo al caminillo que salía de la puerta de casa. Al final, la chimenea. Un pequeño prisma perfecto que daría calor. Y el viento en el humo; porque estaba encendida.
Quizás si el tiempo se estiraba, lo que sucedía a menudo, lo coloreabas. Naturalmente, de verde…Los campos verdes del fondo y de delante, los árboles verdes también, más oscuros.. Aquel verde rabiosamente verde lo tapizabas con algunas flores, rojas, claro.
Fuiste perfeccionando el boceto con unas escaleras de piedra. Ahí había que ir al detalle. Las piedras se engarzaban unas con otras sin pegamentos, en una sintonía perfecta e indestructible. Igual que las del muro que definía los prados y bajaba la cuesta hasta el primer plano de la línea de fuga.
Unos pocos años más tarde, y justo antes de dejar de dibujar casitas, te dio por colocar en tu secreta ilustración un hombre. Se parecía a abuelito. A ese que conoces sólo por lo que mamá te contó, al que sólo viste una vez, y esa bastó. Estaba tranquilamente sentado en medio de las escaleras, con su bastón, su camisa blanca inmaculada, y esa expresión que sólo tenía él de “Soy yo. Esta es mi casa. Aquí estoy, y estaré siempre. Y todo va a ir bien”
Ese tejado en punta con su chimenea encendida, y ese verde, y esas escaleras de piedra. Y los árboles y el agua. Y el viento en el humo. Y esa expresión…que te has pasado la vida buscando, y no has vuelto a encontrar. Hasta ahora.
Quienes me seguís sabéis que de vez en cuando tengo fotos que cuentan historias que yo no me atrevo a escribir y es entonces cuando recurro a alguno de vosotros y os envío la foto para que os cuente lo que a mi no me quiere decir.
Esta se la envié a Mónica y bien se ve por lo que la foto le contó que ahí, muy cerca de una de esas cabañas pasiegas tiene sus ancestros y sus orígenes... y que no los olvida.
Muchas gracias, Moni.
A Moni podéis seguirla AQUÍ y AQUÍ, picad en los enlaces, no os va a defraudar, pero hacedlo con cuidado, no asusteis mucho a Humo ni a los gatos.
Esta semana la colaboración ha sido por partida doble.
Mirad AQUÍ la historia que le contó a Nieves la foto de las cebollas que le envié.
Gracias,Nieves.